La Evolución de Las Especies. Eva…Odisea 2000 (1999 / 2000)
ARTE Y EVOLUCIÓN
Aturdidos como estamos en el mundo del arte tras el final de las vanguardias históricas, sólo acertamos a dar vueltas y más vueltas en torno a la pregunta fundamental: ¿hacia dónde se dirige ahora la historia del arte?, ¿cuál es su evolución, su destino?, más aún ¿hay destino alguno?, ¿no estaremos divagando en una teorización alucinada que se consume a sí misma fuera del hecho artístico, impotente frente a la realidad de la creación del objeto de arte como manifestación irreductible del espíritu humano en cualquier tiempo y lugar?
Abandonemos entonces la repetición de teorías, suspendamos todo juicio crítico inspirado en concepciones anteriores; dejémonos arrastrar por lo que hacen y crean aquellos artistas contemporáneos verdaderamente comprometidos con su arte, o lo que es igual, sin compromisos con circunstancias externas a su arte mismo; tomemos en consideración, como ejemplo de lo dicho, esta obra última de Rosa Hernández, ¿Qué nos muestra?, ¿adónde nos lleva eso que nos muestra? Se trata sin duda de un relato, lo comprobamos enseguida, pero no de un relato cualquiera, sino nada más y nada menos que del Gran Relato, el de nuestro Origen; ya no son sólo formas, las vemos, las percibimos, son especies, de arte y de las otras, vivas, animales, orgánicas, naturales. Estamos, salta a la vista, ante la gran metáfora de la propia condición del arte. No hay rupturas teóricas, estéticas, conceptuales, vanguardistas, todo forma un continuum: las especies de las que provenimos, entre las que estamos, y nuestra particular manera metafísica, simbólica de expresarnos en el mundo por medio del arte. Cuando se nos decía que el arte debía abandonar todo ejercicio narrativo, toda metáfora (vaya usted a saber por qué), la producción artística actual, de la que Rosa Hernández da testimonio fidelísimo, se ha desinhibido y colmado de imágenes de la realidad, de un sinfín de historias autobiográficas cargadas de emociones y sensaciones del cuerpo, de urgentes recreaciones de lo ético y lo popular; en suma, de relatos de la experiencia de los artistas y su época, una época de multiculturalismo y pluralidad de expresiones artísticas, donde el arte ha dejado de ser entendido como una excluyente creación estética de la modernidad occidental y regresa a sus fuentes últimas: a la experiencia humana de lo imaginario, donde no pueden haber fronteras.
Y en este contexto de arte contemporáneo, Rosa Hernández da un nuevo giro de tuerca y cuenta a su modo el mayor relato concebible: nuestra evolución natural y con ella la representación de nosotros mismos como especie sujeto y a la vez objeto del arte. Pero es que, además, elige para ese propósito un punto de vista, una cierta mirada descaradamente provocadora y subversiva: la de Eva, una Eva situada en el origen del relato sobre los orígenes, y que sugiere un proceso, una odisea emancipadora que viene de lo más antiguo y tiene como horizonte el nuevo siglo.
Desde esta mirada, Rosa Hernández ha colocado un difícil y admirable punto y seguido a la propia “evolución” interna de su obra, una obra que esta artista tan singular ha venido desarrollando durante la última década a partir de unas premisas auténticamente, personales, si ningún tipo de concesiones, en la que se funden la tradición expresionista, una gestualidad antropológica, alguna particular lectura de la historia del arte, el uso sorprendente de una técnica novedosa y, sobre todo, la perspectiva irónica pero a la vez compasiva y solidaria de una mujer artista de su tiempo.
¿Qué evolución?, nos preguntábamos al comienzo; dejemos pendiente todo intento de respuesta, y animémonos ahora con la contemplación de estas especies increíblemente familiares y de esta Eva sin traumas históricos, tan suya en su estado primitivo, que nos ofrece Rosa Hernández en estos días, tan inciertos.
Antonio de Nicolás. Enero 2000